En
sus pies marchitos, los pasos doloridos de la esperanza
En
sus palabras pausadas, las gargantas acalladas de un pueblo
En
su mirada cansada, la profundidad de un anhelo hecho hombre
En
sus ataduras de metal, el frío impasible de la perpetua agonía
En
su cabello blanquecino, la sabiduría cauta del sandoneño maestro
En
su estoicismo errante, la rebeldía forjada en los héroes bicentenarios
En
el rostro surcado de penas, el arrojo inquebrantable de un pacto por la vida
En
sus lágrimas grabadas de dolor, el amor incondicional del recio caminante
En
su vasto trasegar, el reproche oportuno por el inmerecido olvido
En
sus llagas inmaculadas, las heridas abiertas de un conflicto velado
En
su tristeza de condenado, la espera ansiosa de una senda en la espesura
En
su pecho pesaroso, la búsqueda porfiada de un abrazo eterno.
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