Fueron mis rizos de enredadera
el campo de batalla soñado,
ejércitos diminutos
libraban guerras perdidas
sin medallas ni honores;
entre tácticas arcaicas
se desataba un exterminio sin cuartel
en medio de un sopor liviano
de un volar
sin desplegar las alas
de un silencio inmaculado
donde el tiempo languidecía
mientras arreciaba el combate cruzado.
No había lugar para estropicios
ni infantiles miedos
sólo una melancólica cacofonía
de un destripar de inofensivos bichos
convertido por mi orfandad
en la anhelada caricia
que aguardaba cada tarde
tendida sobre el regazo de mi madre.