El uniforme almidonado de la enfermera
La singular asepsia de sus manos
Y el olor a formol en las sabanas
En perfecta trilogía,
Pregonaban lo que sería un deceso más,
El de un esquelético personaje anónimo
Del que nada parecían decir la flacidez de sus
pómulos
Alguna vez henchidos,
Ni sus ahora, quebradizos huesos
Pero amontonaba penas,
Silencios, besos
y perdones,
Y en la inerte mirada,
Habitaron
sólo ayer sueños y pasiones
Y en la rigidez de anciana muerta
Incomprendidas batallas se escondían;
Sin embargo esta vez quien a su lado velaba
No las desconocía,
El cadáver era el de la madre
Y la mujer de blanco inmaculado,
La hija
adolorida.