miércoles, 12 de junio de 2013

COLORES DE CARNAVAL. (Cuento)

Cuando doña Antonia regresó con la leña, su marido se encontraba sentado junto al fogón esperando una buena taza de café cerrero colado por ella. El anciano escupió el tabaco que empezaba a masticar, le dio dos golpes suaves al viejo Sanyo, y la voz ronca que se escuchó saludó a los oyentes, envió montones de mensajes a los pobladores de la región y su voz se silenció luego para dejar oír un aire musical autóctono. Don Vicente apuró el último sorbo de café cuando el hombre de la radio repetía el número del premio mayor de la lotería. Levantó el receptor y lo colocó junto al canasto de las arepas lejos de los ratones, sin dejar de darle por segunda vez dos suaves golpes;  328, 3 de abril de 1928, dijo en voz alta cuando ya salía de la cocina con otra taza de café negro.

Mientras su mujer, casi pegada a la espalda, con singular destreza sembraba puñados de semillas, el campesino con movimientos lentos pero rítmicos dejaba hundir el azadón sobre el barro fresco; a pesar que la fina llovizna caída durante la noche anterior hacía más penosa su labor, eso ya poco le importaba. Ahora divagaba sobre el destino que tendrían aquellos centavos que la providencia en buena hora le enviaba. 

Lo primero que el anciano pensó, fue en abonar al crédito que había contraído con el Banco Agrario dos años atrás, la misma entidad bancaria que le había rematado la tierra a su compadre Facundo, luego llegaron a su mente  los  nietos y sus deseos de continuar los estudios en el pueblo y casi enseguida lo  asaltó la idea de  construir la ermita con la que su mujer se había empeñado cuando le hizo la promesa a la virgen de los Dolores de levantarle un altar si le curaba al menor de los hijos, pero la desechó rápidamente. Por último, pensó en ayudar a su hermano Tobías condenado a varios años de cárcel por comprar dos novillos que resultaron ser hurtados. Al caer la tarde se había olvidado de su hermano, de sus nietos, de  su mujer, y se sumergió en otros sueños febriles  desperdigados en el tiempo,  casi  relegados  en el olvido que se le insinuaban  primero tímidos y poco después  reclamándole con la urgencia propia de quien vive para cumplir un íntimo deseo y no de un viejo que espera  morirse para acallar sus culpas.

Dos veces por semana don Vicente bajaba al pueblo a vender lo que aquella tierra cansada le proporcionaba, después compraba el poco mercado que le permitía la venta de los escasos productos. Mientras esperaba el camión que lo llevaba de regreso a su parcela, se entretenía observando  el parloteo de aquellas mujeres de  colores  alegres y risas estrepitosas que parecían estar siempre de fiesta, apostadas en la aceras y en las esquinas de la plaza, esperando con quien compartir un rato de amor; entonces se contagiaba de su alegría y se le  antojaban diosas y las coronaba, con ramas de cafetal florido a las más jóvenes, con lirios y azucenas a las más gordas, con collares de limoncillos a las más bajitas, y con hierbas medicinales a las mayores, y al borde del delirio imaginaba como entre todas lo bañaban en tinas burbujeantes de leche y miel.


El resto de semana el abuelo se sintió prisionero en su propia casa. Doña Antonia, creyó que otra vez estaba enfermo, su corazón se le notaba agitado y sin decirle nada lo obligó a tomarse en ayunas un zumo de descansé y toronjil endulzado con panela El domingo, el anciano amaneció de buen humor y hasta le prometió a su mujer traerle el jabón de tierra para que no tuviera que bañarse con el jabón de lavar la ropa.  Quería terminar más pronto y vendió los tubérculos   sin menudear, aligeró  la compra del mercado sin acordarse del jabón de  tierra para su mujer, luego con el corazón a punto de estallar, tomó el pequeño botín que le entregara el lotero  y sin encontrar las palabras apropiadas para hacerse entender de un boticario, le contó de las musas que lo bañaban con miel y leche en tinas burbujeantes, de sus pechos henchidos y sus risas desabrochadas, de no encontrar fuerzas para seguir resistiendo tanto  tormento, de no poder soportar más aquella vigilia, y en fin de los ardores de la vejez que habían decidido por él. Don Vicente se sintió atolondrado y sin más espera sacó de la mochila el aguardiente para el frío, sentía la garganta reseca, apuró el licor y se tragó la hombría que le vendiera el boticario, bebió sin pausa hasta el último sorbo y se perdió entre el bullicio de aquellas mujeres vestidas  de carnaval.

jueves, 6 de junio de 2013

EFLUVIO. (Poesía)



He de remontar sus playas

Esconderme en sus virginales pliegues

Descubrir su más íntima fragancia

Y convertirme en su único catador.

Bebiendo de sus febriles aguas

He penetrado sus dominios

Y robando pedazos de su tibieza

Me he revolcado en su arena tibia.

Playa incomparable donde sólo mi ser vibra.

domingo, 2 de junio de 2013

FECUNDIDAD. (Poesía)



Te veo revolotear, vienes despacio

Buscas tierra fértil, te ofrezco la mía

La tomas y siembras en el quicio de la noche,

En la orilla del silencio,

En la esquina del murmullo.

Vuelves a revolotear

Y deambulando por el espacio me quitarás la vida

Y entre espasmos de agonizante

La vida me devolverás.