Llevaba semanas preparándose para la llegada de aquel momento,
pero ante la inminencia del encuentro entró en un estado de excitación
desconocido hasta entonces para él. Antes de ir en su búsqueda
borró de su lecho las huellas de sus otros amores, y se dispuso a
escoger algunas notas musicales que hechizaran aquel ambiente mustio de
la tarde, eligiendo con cierta prisa una fusión de ritmos árabes y
portugueses y se sumió en un infatigable rastreo.
El reloj marcaba las 5 y 50 de la tarde, consideró
que la fortuna estaba con él, pues encontrarla a esa hora, en medio de
aquella congestionada avenida, había sido cuestión de unos cuantos minutos nada
más; el portal a diferencia de otros días parecía estar poco concurrido. Con un
dejo de burla recordó las publicaciones adquiridas una década atrás con los
escasos ahorros de hambres insatisfechas en la escuela, y
convertidas luego en cenizas por su madrina de la capital, donde fue a
vivir, desde cuando su padre lo matriculó para que continuara sus estudios
secundarios. E s t o e s o t r a
c o s a, se repitió nuevamente y por primera vez no experimentó
rencor alguno hacia su madrina.
Había dedicado jornadas extenuantes en su búsqueda, lo
obsesionaba el poder contemplarla sin que ella lo descubriera, y
ahora al tenerla frente a él no pudo dejar de sentirse turbado; se
acomodó estratégicamente y apretó con más fuerza los dedos. Con una
maniobra casi imperceptible de su mano, logró acercarla y aparecieron ante
sí, aún más grandes, aquellos ojos color miel que por meses
lo habían torturado y una vez más tratando de expugnar su cuerpo, deslizó
los dedos en un desplazamiento que consideró más bien mecánico,
pero en esta ocasión la alejó un poco y la observó en toda su
plenitud mientras le murmuraba como su piel cobriza lo desvelaba de tiempo
atrás, y como cada noche se sentía morir flagelado por aquel par de
trenzas negras que le caían como cascadas sobre su pecho, ese pecho
generoso que se disponía a remontar con la pericia de un
curtido navegante.
Con habilidosos movimientos fue despojando a la esbelta mulata
del velo que la envolvía y que le daba esa atmósfera enigmática,
casi mágica y ya sin afanes optó por cubrirla de nuevo, desde los pies
descalzos hasta sus hombros desnudos con sedas parisinas y organzas orientales,
procurando borrarle ese aire de niña desvalida tan conmovedor
que le había hecho perder la voluntad y que en la soledad adivinaba de
origen virginal. Con la maestría de quien hace
su labor con placer, mezclaba texturas y matices
mientras la mujer de color con ademanes pausados desnudaba nuevamente su
naturaleza y como una efigie resurgía más imponente y terrenal que antes,
sin pudores, solo para él.
Se dispuso a expresarle sus más íntimos sentimientos pero las
palabras le resultaron incomprensibles a sus oídos, ensayó luego
con expresiones románticas que desechó por inadecuadas y en un
esfuerzo último optó por recitarle poemas, que se le hicieron cursis y
sólo atinó a proferir un suspiro cuando la diosa de sus desvaríos
se desdibujaba ante sus ojos y sus sueños se desvanecían. Intentó
en vano no perderla, sus dedos parecían no obedecerle, desesperado probó
todas las posibles opciones, pero todas fueron infructuosas. Una y otra vez
el mensaje fue el mismo: “ Problemas en la red, intente su conexión
más tarde”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario