domingo, 14 de julio de 2013

ACCESO DENEGADO. (Cuento)

Llevaba  semanas preparándose para la llegada de aquel momento, pero ante la  inminencia del encuentro entró en un estado de excitación desconocido hasta entonces para él.   Antes de ir en su búsqueda borró  de su lecho las huellas de sus otros amores, y se dispuso a  escoger algunas  notas musicales que hechizaran aquel ambiente mustio de la tarde,  eligiendo con cierta prisa  una fusión de ritmos árabes y portugueses y  se sumió en un infatigable  rastreo.

El reloj  marcaba  las 5 y 50 de la tarde,  consideró que la fortuna estaba con él, pues encontrarla  a esa hora, en medio de aquella congestionada avenida, había sido cuestión de unos cuantos minutos nada más; el portal a diferencia de otros días parecía estar poco concurrido. Con un dejo de burla recordó las publicaciones adquiridas una década atrás con los escasos ahorros  de hambres insatisfechas en la escuela, y  convertidas luego en cenizas  por su madrina de la capital, donde fue a vivir, desde cuando su padre lo matriculó para que continuara sus estudios secundarios. E s t o   e s    o t r a    c o s a,  se repitió nuevamente y por primera vez no experimentó rencor alguno  hacia su madrina.

Había dedicado jornadas extenuantes en  su búsqueda, lo obsesionaba  el  poder contemplarla sin que ella lo descubriera, y ahora al tenerla frente a él  no pudo dejar de sentirse turbado;  se acomodó estratégicamente y apretó  con más fuerza los dedos.  Con una maniobra casi imperceptible de su mano, logró acercarla y aparecieron ante sí,  aún más  grandes, aquellos ojos  color miel que por meses lo habían torturado y una vez más tratando de  expugnar su cuerpo, deslizó los dedos en un desplazamiento  que consideró más bien  mecánico, pero en esta ocasión   la alejó  un poco y la observó en toda su plenitud mientras le murmuraba como su piel cobriza lo desvelaba de tiempo atrás, y como  cada noche se sentía morir flagelado por aquel par de trenzas negras que le caían como cascadas sobre su pecho,  ese pecho generoso que se disponía a remontar  con la pericia  de un curtido   navegante.

Con habilidosos movimientos fue despojando a la esbelta mulata  del  velo que la envolvía y que le daba  esa atmósfera enigmática, casi mágica  y ya sin afanes optó por cubrirla de nuevo, desde los pies descalzos hasta sus hombros desnudos con sedas parisinas y organzas orientales, procurando  borrarle   ese aire de niña desvalida tan conmovedor que le había hecho  perder la voluntad y que en la soledad adivinaba de origen virginal. Con la  maestría  de quien  hace   su  labor  con placer, mezclaba texturas y  matices  mientras la mujer de color  con ademanes pausados desnudaba nuevamente su naturaleza y como una efigie resurgía  más imponente y terrenal que antes, sin pudores, solo para él.


Se dispuso a  expresarle sus más íntimos sentimientos pero las palabras  le resultaron  incomprensibles a sus oídos, ensayó luego con expresiones románticas que  desechó  por inadecuadas y en un esfuerzo  último optó por recitarle poemas, que se le hicieron cursis y sólo atinó a proferir un suspiro cuando  la diosa de sus desvaríos  se desdibujaba ante sus ojos  y  sus sueños se desvanecían. Intentó en vano no perderla, sus dedos parecían no obedecerle, desesperado  probó todas las posibles opciones,  pero todas fueron infructuosas. Una y otra vez el mensaje fue el mismo:  “ Problemas en la red,  intente su conexión más tarde”.

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