Apenas se fundían en estrechos abrazos
había quien derramaba su ira contenida en lechos ajenos,
había quien perseguía su senda al amanecer
y caída la tarde agobiado por la pena
otros caminos lo apremiaban,
había quien aún con el recuerdo fresco de sus besos
deambulaba tras unos labios anónimos
intentando borrar ese aliento de traición
que otra mujer le dejara.
No bien a diario, un beso a veces o una mirada
les desataba ese deseo desmedido
que no era propio del amor puro
sino nacido más bien de una soledad impuesta
y de las recónditas encrucijadas de un desengaño,
los dos sobrevivían como en el segundo infierno de Dante
condenados por la razón de la comedia humana
pero decididos a soportar la tragedia de la insensatez de la pasión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario