(Yo sin derrotero, perdida y con el sol a cuestas.)
De la tempestad estoy a salvo,
no me tortura ya la dulce corona de espinas
de tu hiriente látigo,
que con premura de Afrodito,
asechaba mi virginal espalda.
A salvo estoy del azote de tus labios
hiel y miel destilabas en tus besos,
ya no me consumen a fuego lento
ni tus desvaríos ni tus devaneos.
A salvo estoy de tus palabras profanas
de tu descomunal aliento,
de tus torpes manos incapaces de ternura
que aún así sembraron caos en mi pecho.
A salvo estoy de tu cópula triste
y tu mirada de desamparo,
ni un vestigio o rescoldo de lujuria
advierto ya en mi carne puritana.
A salvo estoy de los estragos de los vientos del Sur
y de los efluvios del Etna
pero, por sobre todo, Vida,
a salvo estoy del embrujo de esta díscola pasión.
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