Leer el periódico, criticar las políticas
del gobierno, servir el chocolate hirviendo y compartir en la mesa las últimas
noticias mientras pongo el queso en el pan como cuando era niña y hacia
sopas, siempre cada domingo cuando no íbamos al trabajo y el
descanso a tu lado era sagrado.
Pensar un menú, pedir una carne, una ensalada
o una pasta, tranquilizar la espera del almuerzo con crucigramas y después
dejar los platos revueltos porque nadie sabe cocinar como Mary; ir por
helados de coco o salpicón de sobremesa y darle a Apolo el suyo, siempre cada
domingo cuando no íbamos al trabajo y el retozo de la tarde se prolongaba
entre abrazos.
Planchar tres vestidos, dos pantalones y cinco
camisas, recalentar los restos del almuerzo que así saben mejor, alistar
los libros y cuadernos y entrada la noche llamar los hijos, dos primos, una
hermana y a mi madre, siempre cada domingo, cuando descansábamos y nos
preparamos para una semana más de labores.
Hoy no hay trabajo, soy una más cesante y ya no
espero nada en los domingos.
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